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Wednesday, June 28, 2006

El gol ganador de Argentina

Te piden que te registres desde el coche, a la entrada de la compañía. Ya los has visitado lo suficiente como para identificar tres estilos distintos: uno, el de la señorita que corre por unos gafetes, te los pasa por la ventanilla y te abre muy sonriente. Otro, el señor que te hace salir del coche, abrir la cajuela y firmar una hojita antes de darte los gafetes. Por último, está el señor que llama a la recepción para confirmar si tienes razón para estar ahí y después te pregunta si necesitas gafetes o pasas así nomás.

Con toda seguridad, debe haber una política de la empresa que dicta la conducta a seguir por los guardias de la entrada frente a los visitantes. Quien diseñó esta conducta lo hizo, sin duda, pensando tanto en la seguridad de la compañía como en la conveniencia de los clientes. Pero cada guardia hace, más o menos, lo que quiere o lo que cree.

También has tenido que hablar con algunas empresas que ofrecen diversos servicios que necesitas, desde bancos hasta transportistas. Pero después de más de dos semanas, todavía no logras que nadie, en ninguna de ellas, te diga definitivamente si te quiere o no como cliente. Tampoco te han podido preparar una cotización. Y casi sólo por excepción has logrado hablar con humanos: la mayoría de las veces, tus llamadas llegan a buzones de voz donde puedes dejar todos los mensajes que quieras pero desde donde nadie te devuelve la llamada.

¿Y todo esto qué? Que parece haber un enorme problema de falta de orgullo en México: orgullo por lo que se hace, por la satisfacción de hacerlo bien. Consistentemente, prueba tras prueba, año tras año, bajamos peldaños en las escalas mundiales de educación, de competitividad, de productividad. No porque seamos estúpidos o incapaces, sino porque no nos importa. Porque creemos que los procedimientos son un estorbo, que los clientes son una distracción. Porque vamos a la deriva, con la brisita, mientras otros países usan todas sus turbinas para avanzar.

Y nada importaría si esto no fuera una competencia. Una competencia brutal, descarnada, en donde fracasar es infinitamente más doloroso que en el mundial. Una competencia donde el perdedor no sufre decepción o vergüenza, sino hambre y atraso. Donde el perdedor se va convirtiendo en una imposibilidad.

Como lo vimos en el partido contra Argentina, los individuos son tan importantes como el equipo. ¿Cuál es esta cultura que actúa en México en contra del logro individual?

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