Somos Todos

Monday, March 06, 2017

Burocracia decimonónica

Dos lindezas burocráticas de un gobierno que dice querer “mover a México”:

Cuando uno cambia una empresa de dirección fiscal, no basta con ir al SAT (en persona, con identificación oficial y copia de la misma; con el acta constitutiva y copia de la misma, con solicitud firmada por el representante legal, con la leyenda del poder notarial resaltada con plumón a gusto del burócrata en turno), sino hay que ir a cada una de las dependencias que se le van ocurriendo al gobierno para hacer, ahí, un trámite especial e independiente. Porque, faltaba más, vivimos para servir al gobierno y a todas sus dependencias, sin poder exigir que ellos diseñen una herramienta que les permita comunicarse entre sí.

En el IMSS:
Acta constitutiva, poderes, copia, plumoncito, identificación para cotejo, copia de la identificación, solicitud y papelitos.
“Sólo que el múltiplo no corresponde.”
“Es el que aparece hoy en su portal.”
“Sí, pero en mi sistema todavía no se refleja. Vaya y cámbielo.”
“¿Puedo usar su computadora?”
“No. No son para el público.” (Sin pensar, desde luego, que es “el público” el que las paga.)
“¿Y qué pasa si en lo que voy y vengo se actualiza su sistema?”
“Entonces me da el papel original.”
“¿Y no podemos suponer que se va a actualizar el sistema en algún momento?”
“No, porque el múltiplo no corresponde.”
Uno va, le paga al de la papelería de la esquina por el uso de la computadora y por las impresiones y regresa, después de 40 frustrantes minutos.
“Necesito el acta constitutiva, poderes, copia, identificación para cotejo, copia de la identificación, solicitud y papelitos.”
“Son los mismos que le di hace rato.”
“Necesito cotejarlos. ¿Originales? ¿Copias...? Y regresa entre 10 y 15 días hábiles para firmarme de conformidad la tarjetita con el cambio.”

Dos horas del tiempo del contribuyente para avisar de algo que el gobierno federal bien podría compartir con todas las dependencias. Dos horas más para ir y firmar que ellos hicieron bien su trabajo. Si es que lo hicieron bien a la primera, que tampoco es seguro.


En CFE:
Acta constitutiva, poderes, copia, plumoncito, identificación para cotejo, copia de la identificación, solicitud y papelitos para cancelar el servicio. Porque no basta con avisar del cambio: hay que ir en persona, formarse, identificarse, cotejarse...

“Ahora sólo falta que haya alguien disponible en el domicilio anterior durante los próximos 10 a 15 días hábiles en lo que vamos a desconectar el servicio.”
“¿Tienen que ir físicamente?”
“A veces. Depende. En 10 a 15 días hábiles.”
“¿De qué depende?”
“De que lo puedan hacer ‘por sistema’ o no.’”
“¿Y usted no puede ver en la computadora?”
“No. Depende.”
“Pero ya no tenemos llaves del domicilio anterior. Rentábamos. Por eso vine a terminar el servicio. ¿No basta con la confirmación que me acaba de dar?”
“Esa confirmación es de que usted solicitó la terminación. No de que se haya desconectado el servicio. Para eso tiene que haber alguien dispuesto a abrirnos en los próximos 10 a 15 días hábiles.”
“¿No podemos hacer una cita?”
“No, van como les van llegando las órdenes.”
“Pero no tengo llaves.”
“Entonces no le van a poder desconectar el servicio. Y como está a su nombre...”

Y ya. En la “empresa de clase mundial”, del país cuyo gobierno quiere que se “mueva”, uno se tiene que ir a sentar en la banqueta, afuera de una casa vacía, de la que no tiene llaves, para ver si ése es el día bueno en que se les va a ocurrir ir a desconectar un servicio que tal vez pero tal vez no se puede hacer “por sistema”.

Y no, nadie le avisa al cliente si ya quedó o no. Ése que pague y se calle la boca, que para eso estamos los contribuyentes en este país.

Tuesday, March 10, 2015

Historia de amor (monosilábica)

Él: ¿Vas?
Ella: Voy.
Él: Ven.
Ella: Va.

Wednesday, February 25, 2015

Verificaciones

Ella tiene más de setenta años, y su coche, diecisiete. Le ha cambiado medio motor dos veces, lo cual, aunque no equivale a que todo el motor sea nuevo, sí quiere decir que es un coche que funciona bien. Tiene calcomanías regulares y periódicas de los Verificentros, lo cual atestigua que tiene el derecho, dado por las autoridades de la Ciudad, de circular por ella. Sin embargo, recientemente estas mismas autoridades decidieron que no puede ir, algunos sábados, a su terapia de espalda. O que tiene que caminar los más de cuatro kilómetros hasta el gimnasio. O que tiene que tomar un taxi, que tal vez contamine más.

Él es ciclista de montaña. Los fines de semana carga su bici y a su perra en su camioneta, junto con otros cuatro o cinco ciclistas (y perros) y se van a andar por las montañas que rodean al Valle de México. Pero la ciudad decidió que, un sábado de cada tantos, no puede sacar la camioneta, que está verificada por las autoridades de la misma ciudad, por lo cual los otros cuatro o cinco ciclistas tienen que sacar, cada uno, su propio coche, para subir a la montaña.

Mi coche tiene dos años de edad. Traté de verificarlo el viernes pasado. Llegué al Verificentro y me formé en la cola, que a esa hora se había formado afuera, en la avenida, entre dos hileras de microbuses: los que están permanente (e ilegalmente) estacionados “haciendo base”, es decir, esperando turno para salir; y los que están (ilegalmente) esperando llenarse de pasajeros. Salió a hablar conmigo un empleado del Verificentro:
-¿Me permite su cita?
-No sabía que hiciera falta cita. Siempre lo traigo aquí y pasa uno como va llegando.
-Ah, es que estos días estamos muy llenos. Hay que sacar cita.
-Muy bien, ¿me la puede dar para el lunes?
-No; las de ahorita son para hoy a las cinco de la tarde.
-Yo no puedo venir hoy. ¿Cómo saco cita para el lunes?
-Tiene que venir el lunes y formarse. Y ya si no alcanza, pues saca cita para la tarde.

Es decir que, para no contaminar, hay que manejar hasta un Verificentro. Estacionarse entre microbuses que tienen los motores prendidos para oír el radio, y que contaminan. Formarse. Dejar prendido el coche en lo que avanza la fila o ir prendiéndolo cada vez que se mueven los de adelante. Perder media hora o más. Llegar hasta donde hay que llegar para que le digan a uno que ya no. Sacar cita. Regresar manejando ese mismo día, más tarde. Tal vez ya no haya citas. Regresar al día siguiente. Repetir todo de nuevo.

¿En serio? ¿Así es como vamos a conseguir que el aire de la ciudad esté limpio?

Lo que esto tiene de absurdo, de improvisado, de falto de respeto por el contribuyente es casi infinito. De risa, si no nos tocara tan cerca. Los gobernantes de esta ciudad, quienes se desplazan en absurdas Suburban kilométricas (que pagamos los contribuyentes) muy probablemente no se enteren de lo que sus disposiciones implican en cuanto a costo de oportunidad de nuestro tiempo, pérdida de productividad, miles de horas empleadas en procesos estériles. Muy probablemente son sus choferes, asistentes, secretarios o mandaderos (a quienes también pagamos nosotros) quienes lleven sus camionetas a verificar.

Que suban los estándares para que uno sólo tenga que ir una vez al año. Que sólo los coches que no contaminan tengan calcomanía. Que los coches con calcomanía no tengan restricciones. Que los que contaminan no circulen. Que arreglen los cruces donde se forman embotellamientos. Que instalen semáforos inteligentes. Que empleen las tecnologías que se usan en todo el mundo para regular el tránsito. Que entrenen a los policías. Que arreglen el transporte público (y no me refiero sólo a que no contamine; sino a que haya transporte público). Que no permitan la circulación de camiones, pipas, revolvedoras, metrobuses, autobuses foráneos y demás transportes que echan humo como si fueran de leña. Por cierto, ¿por qué esta ciudad discrimina tan ostensiblemente a los coches particulares, mientras deja que los otros vehículos contaminen aparatosa y tranquilamente sin que nadie los toque?


Pero que no nos fuercen a perder el tiempo ni a contaminar más.

Wednesday, December 18, 2013

Mitin de secuestrados


Se había dicho que los mítines en “defensa del petróleo” habían estado deslucidos y poco concurridos; algún comentarista lanzó la hipótesis de que había un hartazgo social con el tema, con las marchas. No sé qué iba a pasar el domingo 1º de diciembre; pero es posible que los organizadores hayan decidido no arriesgarse.

Sé de primera mano que su solución fue secuestrar a los transeúntes: esa mañana, los “operadores” del mítin detuvieron sistemáticamente a los microbuses y peseros que iban circulando por ciertas rutas, y obligaron a los pasajeros a “entrarle” a la manifestación.

Sé de una enfermera que iba a su trabajo. Es una mujer que necesita su trabajo; que trabaja para una enferma que la necesita a ella. Había salido a tiempo de su casa y había pagado la tarifa del transporte. Había calculado llegar a la hora en que tenía que llegar para relevar a la enfermera del turno anterior.

Pero los organizadores de la enésima protesta de este año en el zócalo decidieron que no tenía el derecho de llegar a su trabajo. Que era más importante que se parara en el zócalo, para llenarlo. A ella y a todos los que viajaban con ella los obligaron a irse al zócalo para hacer bulto. Algunos protestaron; otros no supieron cómo hacerlo y se quedaron en el pesero. Tal vez a otros les dio gusto poder participar.

Pero la enfermera, después de verse obligada a negociar su libertad, tuvo que descender del pesero y buscar otro modo de transporte. Tuvo que regresar a algún punto a donde pudiera conectar con algo que la llevara a su trabajo. Tuvo que pagar, de su bolsa, estos nuevos transportes y estas nuevas conexiones. Y llegó tarde. Esa trabajadora, cuyo récord de puntualidad y asistencia era perfecto, llegó tarde e hizo que la enfermera a la que relevaba también llegara tarde a sus obligaciones.

Y esta ciudad, que se describe a sí misma como una ciudad de oportunidades, no impide estos hechos. Este gobierno, que se considera un gobierno para “los que menos tienen”, obliga a los pobres a perder sus días haciendo bola en manifestaciones. ¿Dónde está la dignidad que dicen defender? ¿Dónde el respeto a los derechos humanos por el que claman? En su lucha contra lo que llaman privatización, privatizan el zócalo para sus propios intereses y expropian la vida privada de los individuos.


Antes, a los acarreados les daban una torta y algo de dinero. Ahora, tienen suerte cuando no les exigen dinero a cambio de liberarlos para irse a trabajar.

Friday, November 22, 2013

Casi homicidio

Estuve a punto de morirme hace media hora. Asesinada, por un imbécil en un coche deportivo que se pasó el alto para darse una vuelta prohibida en sentido contrario, y que, cuando caí sobre su cofre, me gritó algo que, afortunadamente para él, no entendí.

Lo que más lamenté, después de asegurarme que no me había pasado nada, fue no haber pateado el lado de su coche con más fuerza como para hacer daño. O haberle roto un faro, un espejo, lo que sea. Porque el policía que estaba parado en la esquina no hizo nada. Nada, ni el intento de tomar su placa ni de preguntarme a mí si estaba bien. Es decir que, si yo no pude cobrarme el atentado por mi cuenta, no podría ni soñar que la ley lo hiciera.

Tengo una amiga que cargaba balines en su bolsa para aventárselos a los microbuses que se pasaban los altos. Si hoy hubiera yo llevado algo pesado, muy probablemente habría tratado de romperle el parabrisas. ¿Lo cuento con orgullo? No, de ninguna manera. Y a ella siempre le dijimos que se estaba jugando la vida, porque el microbusero muy probablemente trataría de vengarse. Pero es la ley de la selva. Y, como es insufrible que la violación sistemática de la ley no tenga consecuencias de ningún tipo, dan ganas de cobrársela por cuenta propia. De la autoridad no se puede esperar nada, por muchas cámaras que instalen.

Llevo mucho tiempo pensando si se podrían tipificar, ahora que tanto tipifican nuestros ilustres diputados, algunas de las violaciones al reglamento de tránsito como intentos de homicidio. Lo de hoy lo fue claramente. Pero ¿qué habría pasado si el tipo realmente me mata, si yo no alcanzo a brincar a tiempo, si me lanza contra alguno de los coches que pasaban con el siga? Muy probablemente, nada. El policía seguramente habría aceptado una mordida para hacerse de la vista gorda. El tipo muy probablemente se habría ido a su casa sin problemas. Probablemente me habrían echado a mí la culpa por no poner atención.

Porque en esta ciudad hay que temer por nuestra vida cuando cruzamos las calles, por el paso de peatones y con el siga; cuando caminamos por las banquetas y los ciclistas deciden que ellos tienen la prioridad; cuando somos ciclistas y los coches tienen mucha prisa.

Porque no podemos soñar que el que nos haga daño, el que viola la ley, el que circula sin luces, el que va hablando por celular, sufra el castigo que fija la ley. Porque nuestra tan citada estadística del 99% de impunidad es probablemente mucho más alta, si eso es matemáticamente posible, cuando contamos todos estos incidentes que por poco nos cuestan la vida o la salud, todos los días.


La ausencia de ley no se queda en vacío: la ausencia de ley se llena con ilegalidad. Y México eso todavía no lo entiende, aunque lo suframos a diario.

Wednesday, January 23, 2013

Las ecuaciones de la ciudad


El peatón nunca tendrá la prioridad, ni sobre la banqueta ni en los pasos de peatones.

Las bicicletas tienen el derecho de empujar, insultar o atropellar a los peatones, sobre todo cuando éstos vayan caminando por la banqueta. Si el peatón se queja, el ciclista puede insultarlo o acosarlo. El ciclista nunca tendrá la obligación de circular por la calle. Los ciclistas han pasado a tener la prioridad en las banquetas.

Los automóviles particulares deben pagar ISAN, tenencia, verificación, parquímetros. Si un automovilista comete el pecado de olvidar la verificación, se le llevará al corralón y se le cobrarán multas por el olvido, por el pecado y por el “arrastre” de la grúa. Los taxis pueden pintarle un numerito a su coche y circular, sin placa, sin permiso y sin verificación, sin que nadie los moleste.

El peatón nunca tendrá la prioridad en ningún lugar.

Una empresa legalmente establecida debe contar con RFC, domicilio fiscal verificable, permisos de todo tipo, debe estar al corriente en todos sus pagos y estar a la disposición de cualquier autoridad que quiera visitarla, en cualquier momento, o recibirá citatorios amenazantes para explicar por qué no estuvo cuando se le requirió. Un vendedor ambulante se podrá instalar en cualquier lugar, a cualquier hora, aunque estorbe o ponga en peligro a los demás con sus tanques de gas, su aceite hirviendo o su diablito de luz. Nadie hará nada por quitarlo, ni tiene ninguna obligación, fiscal o social.

A los habitantes del DF se les pide que nunca tiren el aceite por el desagüe porque éste contamina miles de litros de los mantos freáticos. Los vendedores ambulantes de fritangas tienen el derecho, sancionado por la impasibilidad de los policías, de tirar decenas de litros diarios por las coladeras de las calles.

El peatón no tiene la prioridad en los pasos de peatones, sobre todo cuando los microbuses quieran pasarse el alto, circular sin luces o simplemente estorbar. Los choferes de microbuses tienen el derecho de insultar al peatón que se atreva a cruzar por los pasos peatonales marcados en las esquinas.

El automovilista que haya pagado su tiempo en el parquímetro y cometa el error de pasarse por un par de minutos puede tener la seguridad de que, cuando llegue, ya le habrán puesto el inmovilizador y tendrá que pagar la multa y el servicio de retiro del inmovilizador. El que se estacione ilegalmente sobre la banqueta o en lugares expresamente prohibidos tendrá la seguridad de que nadie le pondrá ni multas ni inmovilizadores.

El peatón tendrá que bajarse de la banqueta cuando haya cualquier obstáculo, como coches estacionados, vendedores ambulantes, restaurantes ilegales, bicicletas o cualquier otra cosa. Los peatones no tienen ningún derecho de circulación sobre las banquetas.

Thursday, January 10, 2013

¿De veras?


  
¿De veras nos sobran tantos árboles en la ciudad que los constructores pueden cortar todos los que les molesten para construir como se les dé la gana?

¿De veras tenemos tantas casas antiguas, tantos monumentos, tanta belleza en el DF como para permitirle a quien quiera que derrumbe lo que se le ocurra para construir lo que sea?

¿De veras el gobierno del DF tiene tan poco poder (o es tan corrupto) como para tolerar que cualquiera haga lo que se le ofrezca para maximizar su propia utilidad, pasando por encima del bien público?

¿En serio es peor para la circulación y el orden en la ciudad que a alguien que pagó el parquímetro se le pasen un par de minutos, que estacionarse sobre la banqueta bloqueando el paso de peatones, carriolas y sillas de ruedas? ¿Por qué se castiga, con multa e inmovilizador, lo primero, y no se hace nada contra lo segundo?

¿A poco los dueños de Mercedes, Audis y BMWs no tienen los dos pesos que cuesta el parquímetro en Polanco, y necesitan estacionar sus coches sobre las banquetas? ¿En serio, además de muy pobres, son muy estúpidos para no entender que, si una mamá con carriola tiene que optar entre bajarse de la banqueta y arriesgar a su hijo o pasar rayándoles el coche, escogerá lo último?

¿De veras el gobierno del DF no puede contra los de los valet parking? ¿Por qué nos obliga a los demás contribuyentes a sujetarnos a reglas que no se les aplican a ellos? ¿Por qué pueden circular por encima de las banquetas, estacionarse ilegalmente o en doble fila, pasarse los altos y darse vueltas prohibidas o en sentido contrario? ¿Por qué los policías sólo los ven, sin hacer nada?

¿Por qué pasa lo mismo con los microbuses y los taxis? ¿Por qué ellos pueden circular como quieran y por donde quieran, sin luces, sin respeto, sin acatar las leyes, y los automovilistas particulares no?

¿En serio podemos esperar tan poco de este nuevo gobierno del DF? ¿No se han dado cuenta de que se han multiplicado hasta el absurdo los taxis con un letrerito pintado en vez de placa que dice “licencia en trámite”? ¿Que otros circulan con una placa sí y otra no? ¿No se les ha ocurrido que están compartiendo las placas y los permisos? ¿Y nadie les ha avisado que es en estos taxis piratas donde se comete la mayoría de los crímenes? ¿No podrían ya no hacer algo –es demasiado pedir, faltaba más, que hicieran su trabajo--, sino por lo menos avisarle a la ciudadanía cuáles son los legales y cuáles no?

Y, lo peor de todo, ¿por qué en el DF nos seguimos aguantando, tolerando que el gobierno trate a los contribuyentes como su caja chica? ¿Llegarán, alguna vez, a trabajar por quienes les pagamos sus sueldos, no por quienes les llenan sus plazas?