Para andar por la ciudad
“Ya no les
vamos a cobrar la tenencia en el DF.” Qué bien, menos mal, ya era hora.
“Pero tienen
que cambiar de tarjeta de circulación, y este cambio tiene un costo.” Ah. ¿Y si
no la cambiamos?
“No pueden
verificar el coche. Y si no verifican, no pueden circular.”
El costo
monetario es, en efecto, menor al de la tenencia. El horror de realizar el
cambio, sin embargo, haría preferible haber pagado la tenencia original.
Llama uno a
Locatel y le dicen qué documentos necesita, en original y dos copias:
Factura del
coche.
Comprobante de
domicilio (puede ser agua, luz, predial, teléfono pero sólo de Telmex –no las
otras proveedoras de servicios de telefonía-).
Comprobantes
de pago de todas las tenencias desde que se compró el coche. (Aunque, si el
coche está verificado, quiere decir que se pagó la tenencia, pero las
verificaciones no sirven).
Identificación
oficial.
Va uno a la
oficina asignada, y le dicen que no, que el recibo de la luz no sirve como
comprobante de domicilio. Sin explicación. “Váyase y consígame otro para
mañana”. No puede uno más que pensar que no les gusta, en el gobierno
perredista de la ciudad, porque lo emite la CFE y no LyF. Pero si no tiene uno
contrato con Telmex y si el predial no está a su nombre, si el del agua está a
nombre del marido, ya no queda más (¿han tratado, por cierto, de cambiar el
propietario de su casa, si se la compraron a una constructora? Inténtenlo un
día que estén aburridos. Les da para varias semanas de diversión).
Regresa uno al
día siguiente con un estado de cuenta del banco, temblando porque a lo mejor el
banco no les gusta. No: está bien, el banco sí les gusta.
Hasta que ven
el comprobante de la tenencia del 2009.
“Éste no le
sirve. Vaya a que se lo certifiquen.” ¿Por qué no sirve? Tiene la cadena y el
sello digitales del GDF. “Sí, pero lo emite el banco.” Claro: pagué en el
portal del banco. “Por eso, necesita certificación.” Aquí está, es la cadena
digital. “Eso no vale. Vaya a certificarlo.”
¿Quién puede
argumentar contra esa lógica?
La certificación,
por supuesto, después de otra cola interminable, cuesta. Para evitar que el
burócrata se embolse nuestro dinero o lo use en otra campaña presidencial de
seis años, pedimos una factura. “No, ésa sí se la quedo a deber”. ¿Por? “Porque
no damos facturas.” Pero es dinero público que está usted cobrando a nombre del
gobierno. “Pus sí, pero aquí nomás certificamos los pagos.” Y quiero una
factura por el dinero que acaba usted de recibir por hacerme el servicio de
certificarme el pago. “No, ya le dije que no damos facturas.”
Se va uno,
aguantándose las ganas de golpearlo, sólo para darse cuenta de que ya cerraron
la ventanilla del trámite original.
Día tres.
Tramita, por fin, la tarjeta de circulación con chip, misma que el taxista
(legal) le venía diciendo que no sirve de nada porque ya venden las falsas. Y
que nadie hace nada porque ¿qué van a hacer?
Saliendo de la
Delegación, busca uno un taxi legal. No hay. La última moda es pintarle un
número cualquiera al espacio donde debería ir la placa. Los policías que están
ahí parados no hacen nada. Es más, con toda probabilidad los policías no saben
que esos coches que circulan por las calles con numeritos pintados son
ilegales. ¿Tendrán tarjetas con chip?
Para cruzar la
calle y llegar a la estación de metro, hay que rodear el coche desde cuya
cajuela se venden tacos y quesadillas, y donde varios policías están comiendo.
Dan ganas de pedirle al taquero su tarjeta de circulación.
Ya en la
esquina, contiene uno la respiración en lo que se disipa la espesa nube negra
que sale de un microbús que se acaba de pasar el alto. Frente a los policías y
frente a la Delegación. ¿Traerá, él, tarjeta con chip? ¿Habrá verificado el
microbús?
¿Por qué se
empeña este gobierno tan plural y tan incluyente en seguir haciendo, de quienes
estamos obligados a pagar todo lo que nos endilgan, ciudadanos de tercera clase
cuya única función en el DF es pagar y callar? Si la idea de la verificación es
no contaminar, ¿por qué son sólo los propietarios honestos de coches
particulares los que deben verificar, por qué no los del transporte público? Y
ya puestos en esto, ¿por qué se exime a los microbuseros y a los taxis pirata
de las leyes de respetar los semáforos, prender las luces cuando es de noche,
no pararse en doble fila a esperar pasaje, etc.? Es un incentivo muy perverso
constatar a diario que la ilegalidad, todas las ilegalidades, se premian y que
el costo de la legalidad es mucho mayor.
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