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Tuesday, July 24, 2012

Tu día de suerte


Era tu día de suerte, pero no lo sabías cuando te levantaste, apurado como siempre. Abriste la puerta de la cocina para darles de comer a tus gatos, y lo único que te llamó la atención fueron la ligera brisa y el silencio, como un hueco, que habían dejado las chicharras, prueba de que el asfixiante verano empezaba a alejarse. Las noticias no te revelaron nada espectacular, y mientras te bañabas tampoco tuviste ninguna de esas ocurrencias de regadera que habrían hecho las delicias de cualquier inventor… si tan sólo pudieras recordarlas cuando ya estuvieras seco.
Repasaste mentalmente lo que ibas a hacer mientras te vestías: nada fuera de lo ordinario, nada siquiera emocionante. Ni el embotellamiento, ni los mensajes que ya esperaban cuando llegaste a tu oficina auguraban algo anormal. Las citas, las juntas y la rutina se fueron sucediendo como si nada. Claro, tú no podías saberlo.
Pero éste era tu día de suerte, y tu Suerte sí sabía. Te había venido observando desde hacía una semana, para familiarizarse con tu rutina, con tus necesidades, con tus anhelos. Se relamía de gusto, encantada con la idea del regalo que te tenía que dar precisamente hoy. Se enteró de las deudas con las que cargabas y de que te había llegado un aviso lleno de términos incomprensibles y sellos oficiales: tendría que hacer que ganaras la lotería. Aunque también te había visto lamerte las heridas de la soledad cuando regresabas solo a tu casa, y tu cuerpo sentía la ausencia de una compañera. ¿Por qué no orquestar un conveniente choque cuando salieras, apresurado a comer a medio día? ¿Por qué no habrías de abollarle el coche a la abogada a la que le echas ojo en el elevador de tu oficina? Como anécdota es inmejorable: “Me estrellé contra la mujer de mi vida.” Tu Suerte se encargaría de que ella te impusiera como penitencia darle aventón mientras su coche estuviera en el taller, porque si lo dejara a tu timidez, acabaría en un coche de alquiler.
Hoy es tu día de suerte, y puedes descubrir la cura contra el cáncer, o estar cantando mientras lavas los platos justo cuando entra el cazador de talentos, salvarle la vida a un viejo millonario agradecido y sin herederos, inventar el remedio contra la calvicie o concebir la idea original para el siguiente éxito comercial en internet. La Suerte, que no hace las cosas a la carrera, cavila cómo ofrecerle a su destinatario lo que necesita. Inspiración, dinero, oportunidad, amor, valor, fe. Un regalo no esperado, que te cae sin saber de dónde ni por qué.
Tu Suerte esperó, pacientemente, mientras contestabas tus mensajes. Se sentó a tu lado durante dos juntas tediosas e interminables. Se alarmó un poco cuando decidiste pedir que te trajeran sushi a tu oficina en vez de salir a comer, y tuvo que meter las manos para que nadie más fuera a chocar con la abogada, cuyo coche ya estaba convenientemente salado. Está bien, no eran más que las cuatro de la tarde, habría otras oportunidades.
Tu jefe te llamó a su oficina cuando estabas tomando café: por fin tenía tiempo para que le presentaras el proyecto del que llevabas semanas queriendo hablarle. La Suerte no hará las cosas a las carreras, pero es rápida para ver venir una oportunidad. Perfecto. Esta inversión que habías estado investigando se volvería todo un éxito y te daría el dinero y el logro profesional que… ¿cómo? ¿no trajiste tu presentación? Improvisa, dile que vas volando a tu casa, imprime cualquier versión vieja que tengas en línea… pero no: agendaste la reunión para mañana temprano.
Por si las dudas, la Suerte atrae hacia el edificio a un vendedor de billetes de lotería para que te tiente con tu número favorito —el número que habrá de ganar— a la salida; pero te enfrascas en la lectura de todo el periódico completito y te quedas en la oficina hasta noche.
No le quedan a tu día de suerte más que cuatro horas.
Te llama tu primo: abrieron un restaurante armenio extrañísimo, ¿por qué no se ven para cenar? A la abogada le encanta la comida diferente, y ya que su coche está en buen estado, podría decidir ir hoy mismo a probar la comida armenia; el restaurante podría estar llenísimo, tú te levantarías galantemente para ofrecerle un espacio con ustedes, la anécdota para los nietos sería igual de buena que la del choque… ¿¡pero estás demasiado cansado!?
Haz algo, pide un deseo, toma un riesgo, lo que sea. Hoy, porque hoy tu Suerte se pasea por tu vida con los brazos llenos de buena fortuna, y mañana ya no podrá hacer nada por ti.
Por fin sales de la oficina, tarde y cansado. Te vas derecho a tu casa. Entras y cierras la puerta. Preocupado con tu presentación, ni siquiera pides algo para cenar: te haces un sándwich y te sientas frente a la computadora. Tu Suerte se sienta a tu lado, contando los minutos.
A las once de la noche te levantas y te vas a lavar los dientes. Prendes la televisión mientras te cepillas. Está por empezar una película que siempre quisiste ver pero acaba a la una de la mañana y necesitas estar fresco temprano. ¿Qué haces, la ves o no? Metes la mano en la bolsa del pantalón y buscas una moneda: un volado para ver si es película o cama. Tu Suerte se asoma a la escena, incrédula. Calcula las probabilidades con algo similar a la rabia. Sacas la moneda, la ves con un poco de modorra, la sopesas en la mano. No la lances, por favor, queda casi una hora, todavía se puede hacer algo más. Águila, te instalas a ver la película; sol, te vas a dormir. Qué lástima: la probabilidad es de uno en 617,942. La moneda cae al suelo con un golpeteo metálico, da algunas vueltas sobre sí misma, y luego se queda inmóvil, de canto. Lo ves y no lo puedes creer: ¡qué suerte! Debe haber muy poca gente a la que le pase esto, siquiera una vez en la vida…

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