Tu día de suerte
Era
tu día de suerte, pero no lo sabías cuando te levantaste, apurado como siempre.
Abriste la puerta de la cocina para darles de comer a tus gatos, y lo único que
te llamó la atención fueron la ligera brisa y el silencio, como un hueco, que
habían dejado las chicharras, prueba de que el asfixiante verano empezaba a
alejarse. Las noticias no te revelaron nada espectacular, y mientras te bañabas
tampoco tuviste ninguna de esas ocurrencias de regadera que habrían hecho las
delicias de cualquier inventor… si tan sólo pudieras recordarlas cuando ya
estuvieras seco.
Repasaste
mentalmente lo que ibas a hacer mientras te vestías: nada fuera de lo
ordinario, nada siquiera emocionante. Ni el embotellamiento, ni los mensajes
que ya esperaban cuando llegaste a tu oficina auguraban algo anormal. Las
citas, las juntas y la rutina se fueron sucediendo como si nada. Claro, tú no
podías saberlo.
Pero
éste era tu día de suerte, y tu Suerte sí sabía. Te había venido observando
desde hacía una semana, para familiarizarse con tu rutina, con tus necesidades,
con tus anhelos. Se relamía de gusto, encantada con la idea del regalo que te tenía
que dar precisamente hoy. Se enteró de las deudas con las que cargabas y de que
te había llegado un aviso lleno de términos incomprensibles y sellos oficiales:
tendría que hacer que ganaras la lotería. Aunque también te había visto lamerte
las heridas de la soledad cuando regresabas solo a tu casa, y tu cuerpo sentía
la ausencia de una compañera. ¿Por qué no orquestar un conveniente choque
cuando salieras, apresurado a comer a medio día? ¿Por qué no habrías de
abollarle el coche a la abogada a la que le echas ojo en el elevador de tu
oficina? Como anécdota es inmejorable: “Me estrellé contra la mujer de mi vida.”
Tu Suerte se encargaría de que ella te impusiera como penitencia darle aventón
mientras su coche estuviera en el taller, porque si lo dejara a tu timidez, acabaría
en un coche de alquiler.
Hoy
es tu día de suerte, y puedes descubrir la cura contra el cáncer, o estar
cantando mientras lavas los platos justo cuando entra el cazador de talentos,
salvarle la vida a un viejo millonario agradecido y sin herederos, inventar el
remedio contra la calvicie o concebir la idea original para el siguiente éxito comercial
en internet. La Suerte, que no hace las cosas a la carrera, cavila cómo
ofrecerle a su destinatario lo que necesita. Inspiración, dinero, oportunidad,
amor, valor, fe. Un regalo no esperado, que te cae sin saber de dónde ni por
qué.
Tu
Suerte esperó, pacientemente, mientras contestabas tus mensajes. Se sentó a tu
lado durante dos juntas tediosas e interminables. Se alarmó un poco cuando
decidiste pedir que te trajeran sushi a tu oficina en vez de salir a comer, y
tuvo que meter las manos para que nadie más fuera a chocar con la abogada, cuyo
coche ya estaba convenientemente salado. Está bien, no eran más que las cuatro
de la tarde, habría otras oportunidades.
Tu
jefe te llamó a su oficina cuando estabas tomando café: por fin tenía tiempo
para que le presentaras el proyecto del que llevabas semanas queriendo
hablarle. La Suerte no hará las cosas a las carreras, pero es rápida para ver
venir una oportunidad. Perfecto. Esta inversión que habías estado investigando
se volvería todo un éxito y te daría el dinero y el logro profesional que…
¿cómo? ¿no trajiste tu presentación? Improvisa, dile que vas volando a tu casa,
imprime cualquier versión vieja que tengas en línea… pero no: agendaste la
reunión para mañana temprano.
Por
si las dudas, la Suerte atrae hacia el edificio a un vendedor de billetes de
lotería para que te tiente con tu número favorito —el número que habrá de ganar—
a la salida; pero te enfrascas en la lectura de todo el periódico completito y
te quedas en la oficina hasta noche.
No
le quedan a tu día de suerte más que cuatro horas.
Te
llama tu primo: abrieron un restaurante armenio extrañísimo, ¿por qué no se ven
para cenar? A la abogada le encanta la comida diferente, y ya que su coche está
en buen estado, podría decidir ir hoy mismo a probar la comida armenia; el
restaurante podría estar llenísimo, tú te levantarías galantemente para
ofrecerle un espacio con ustedes, la anécdota para los nietos sería igual de
buena que la del choque… ¿¡pero estás demasiado cansado!?
Haz
algo, pide un deseo, toma un riesgo, lo que sea. Hoy, porque hoy tu Suerte se
pasea por tu vida con los brazos llenos de buena fortuna, y mañana ya no podrá
hacer nada por ti.
Por
fin sales de la oficina, tarde y cansado. Te vas derecho a tu casa. Entras y
cierras la puerta. Preocupado con tu presentación, ni siquiera pides algo para
cenar: te haces un sándwich y te sientas frente a la computadora. Tu Suerte se
sienta a tu lado, contando los minutos.
A
las once de la noche te levantas y te vas a lavar los dientes. Prendes la
televisión mientras te cepillas. Está por empezar una película que siempre
quisiste ver pero acaba a la una de la mañana y necesitas estar fresco temprano.
¿Qué haces, la ves o no? Metes la mano en la bolsa del pantalón y buscas una
moneda: un volado para ver si es película o cama. Tu Suerte se asoma a la
escena, incrédula. Calcula las probabilidades con algo similar a la rabia.
Sacas la moneda, la ves con un poco de modorra, la sopesas en la mano. No la
lances, por favor, queda casi una hora, todavía se puede hacer algo más.
Águila, te instalas a ver la película; sol, te vas a dormir. Qué lástima: la
probabilidad es de uno en 617,942. La moneda cae al suelo con un golpeteo
metálico, da algunas vueltas sobre sí misma, y luego se queda inmóvil, de
canto. Lo ves y no lo puedes creer: ¡qué suerte! Debe haber muy poca gente a la
que le pase esto, siquiera una vez en la vida…
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