Somos Todos

Monday, October 02, 2006

Una ciudad para un aeropuerto

Estoy segura de que no estoy haciendo ningún descubrimiento; pero siempre he pensado que los aeropuertos reflejan mucho sobre los países –o las ciudades- en las que están construidos. Llegar a Hong Kong, por ejemplo, habla de tecnología y de una obsesión perfeccionista por facilitarle el transporte a los usuarios. La terminal europea de CDG en París es un modelo de diseño austero y elegante (aunque un buen pedazo se haya caído hace un par de años); la terminal IV de Madrid alardea de modernidad y de cosmopolitanismo.

¿Qué dice el aeropuerto del DF?

Las salas interiores, los pasillos y hasta los baños renovados quedaron bien (aunque nunca he entendido por qué cualquier baño público en México pierde casi de inmediato los colgadores de abrigos y los pasadores que cierran las puertas); pero sale uno a recoger las maletas y se topa con unos guardias particularmente insistentes en que les dé uno “el tique”, la contraseña de la maleta, antes de dejarlo abandonar el área. Cualquiera que no esté familiarizado con esta obsesión pensaría que somos una nación de criminales tal que no podemos recoger nuestras maletas sin robarnos la de alguien más.

Después se enfrenta uno a nuestra colorida práctica de los semáforos, misma que nadie se toma la molestia de explicarle al que visita la ciudad por primera vez, y a la imposiblemente inútil revisión de todas las esquinas de la maleta cuando sale el rojo.

Pero creo que lo verdaderamente ofensivo, lo trágicamente revelador sobre la situación actual del país sucede más allá de la revisión aduanal: el pobre viajero que cree que puede salir tranquilamente de la terminal empujando el carrito con su equipaje se topa con los absurdos tubos que impiden el paso de los carritos; y con la aún más ofensiva mafia de los maleteros. ¿Qué miedo existe, que si se quitan los tubitos y se deja que la gente circule con sus carritos como en cualquier otro lugar del mundo, los maleteros cerrarán el aeropuerto, que se volverán todos criminales, que se instalarán permanentemente bloqueando alguna calle de la ciudad?

Y sale uno a toparse con el otro gran absurdo: el duopolio que vende los boletitos para viajar en taxi a la ciudad, las colas de los que esperan los taxis amarillos… y los taxis, de todos los demás colores, que por disposición oficial tienen que regresarse vacíos. ¿No sería más fácil controlar a todos los taxis que circulan por la ciudad, y dejarlos que saquen a los usuarios del aeropuerto; que permitir que la ciudad esté invadida de taxis piratas, pero emplear un estricto control estilo suizo para los que tienen su base en el aeropuerto?

Desgraciadamente, los aeropuertos sí reflejan mucho de lo que es una ciudad. Y el nuestro habla de la desorganización, la desconfianza, la prevalencia de las mafias y los favoritismos que están destrozando la nuestra.