¿Las calles para qué?
Aunque no nos guste, de vez en cuando hay que ponerse un traje, abandonar la comodidad del e-mail y del VoIP, e ir a una junta en persona. El miércoles 25 me tocó una de esas faenas.
Mal día: unos trabajadores, por lo que entiendo despedidos del INEGI hace años, decidieron cerrar Patriotismo. Los agentes de tránsito que se espantaban las moscas en la esquina de Río Mixcoac e Insurgentes sólo nos hicieron señas exasperadas de que avanzáramos más rápido; nadie nos avisó que estábamos a punto de caer en uno de esos hoyos negros de la ciudad de los cuales sólo se sale, con suerte, unas dos o tres horas después.
Demasiado tarde, pues, me di cuenta de que Río Mixcoac era a esa altura un enorme estacionamiento. Y como no había advertencias por ningún lado, como nadie les hacía saber a los automovilistas qué pasaba más adelante, no pude más que resignarme a llegar tarde a mi junta. No más de medio kilómetro –y una hora- más adelante, nos topamos con un cordoncito. Y un agente acalorado moviendo los brazos en dirección a Revolución y al Periférico. Y ya.
El regreso no estuvo mucho mejor: más de dos horas entre la Torre Mayor de Reforma y Coyoacán. Patriotismo seguía cerrado y el embotellamiento se desparramaba a Revolución, a Insurgentes y a todas las calles vecinas. Pero los pocos agentes de tránsito que había no hacían más que cerrar bocacalles, sólo para que no llegaran más coches a la zona de desastre.
¿Cuántos recursos, cuánta gasolina, cuánta contaminación? ¿Por qué no se puede –o no se quiere- hacer nada, nada absolutamente, por los ciudadanos? ¿Por qué siempre tienen prioridad quienes violan la ley?
Pero si las cosas van a seguir como están, sugeriría cuando menos poner esas pantallas que hay en varias ciudades civilizadas del mundo, en que se informa a los automovilistas lo que está pasando, con suficiente anticipación, como para poder cambiar de ruta y evitar las zonas cerradas. Un mínimo de respeto por quienes usan las calles para ir de un lado a otro y no para tratar de conseguir algo de las autoridades.
Aunque no nos guste, de vez en cuando hay que ponerse un traje, abandonar la comodidad del e-mail y del VoIP, e ir a una junta en persona. El miércoles 25 me tocó una de esas faenas.
Mal día: unos trabajadores, por lo que entiendo despedidos del INEGI hace años, decidieron cerrar Patriotismo. Los agentes de tránsito que se espantaban las moscas en la esquina de Río Mixcoac e Insurgentes sólo nos hicieron señas exasperadas de que avanzáramos más rápido; nadie nos avisó que estábamos a punto de caer en uno de esos hoyos negros de la ciudad de los cuales sólo se sale, con suerte, unas dos o tres horas después.
Demasiado tarde, pues, me di cuenta de que Río Mixcoac era a esa altura un enorme estacionamiento. Y como no había advertencias por ningún lado, como nadie les hacía saber a los automovilistas qué pasaba más adelante, no pude más que resignarme a llegar tarde a mi junta. No más de medio kilómetro –y una hora- más adelante, nos topamos con un cordoncito. Y un agente acalorado moviendo los brazos en dirección a Revolución y al Periférico. Y ya.
El regreso no estuvo mucho mejor: más de dos horas entre la Torre Mayor de Reforma y Coyoacán. Patriotismo seguía cerrado y el embotellamiento se desparramaba a Revolución, a Insurgentes y a todas las calles vecinas. Pero los pocos agentes de tránsito que había no hacían más que cerrar bocacalles, sólo para que no llegaran más coches a la zona de desastre.
¿Cuántos recursos, cuánta gasolina, cuánta contaminación? ¿Por qué no se puede –o no se quiere- hacer nada, nada absolutamente, por los ciudadanos? ¿Por qué siempre tienen prioridad quienes violan la ley?
Pero si las cosas van a seguir como están, sugeriría cuando menos poner esas pantallas que hay en varias ciudades civilizadas del mundo, en que se informa a los automovilistas lo que está pasando, con suficiente anticipación, como para poder cambiar de ruta y evitar las zonas cerradas. Un mínimo de respeto por quienes usan las calles para ir de un lado a otro y no para tratar de conseguir algo de las autoridades.