Somos Todos

Thursday, April 27, 2006

¿Las calles para qué?

Aunque no nos guste, de vez en cuando hay que ponerse un traje, abandonar la comodidad del e-mail y del VoIP, e ir a una junta en persona. El miércoles 25 me tocó una de esas faenas.

Mal día: unos trabajadores, por lo que entiendo despedidos del INEGI hace años, decidieron cerrar Patriotismo. Los agentes de tránsito que se espantaban las moscas en la esquina de Río Mixcoac e Insurgentes sólo nos hicieron señas exasperadas de que avanzáramos más rápido; nadie nos avisó que estábamos a punto de caer en uno de esos hoyos negros de la ciudad de los cuales sólo se sale, con suerte, unas dos o tres horas después.

Demasiado tarde, pues, me di cuenta de que Río Mixcoac era a esa altura un enorme estacionamiento. Y como no había advertencias por ningún lado, como nadie les hacía saber a los automovilistas qué pasaba más adelante, no pude más que resignarme a llegar tarde a mi junta. No más de medio kilómetro –y una hora- más adelante, nos topamos con un cordoncito. Y un agente acalorado moviendo los brazos en dirección a Revolución y al Periférico. Y ya.

El regreso no estuvo mucho mejor: más de dos horas entre la Torre Mayor de Reforma y Coyoacán. Patriotismo seguía cerrado y el embotellamiento se desparramaba a Revolución, a Insurgentes y a todas las calles vecinas. Pero los pocos agentes de tránsito que había no hacían más que cerrar bocacalles, sólo para que no llegaran más coches a la zona de desastre.

¿Cuántos recursos, cuánta gasolina, cuánta contaminación? ¿Por qué no se puede –o no se quiere- hacer nada, nada absolutamente, por los ciudadanos? ¿Por qué siempre tienen prioridad quienes violan la ley?

Pero si las cosas van a seguir como están, sugeriría cuando menos poner esas pantallas que hay en varias ciudades civilizadas del mundo, en que se informa a los automovilistas lo que está pasando, con suficiente anticipación, como para poder cambiar de ruta y evitar las zonas cerradas. Un mínimo de respeto por quienes usan las calles para ir de un lado a otro y no para tratar de conseguir algo de las autoridades.

Friday, April 21, 2006

Alguien a quien sí le importa


Los mexicanos nos pasamos una buena parte de nuestros días productivos trabajando para el gobierno, aunque no sea éste quien nos paga: entre declaraciones de impuestos, trámites y requerimientos de la burocracia, estaría interesante medir cuántos minutos productivos al día le dedicamos al gobierno.

Ya referí aquí uno de esos episodios con la burocracia fiscal. No fue ése el primero que he tenido en las últimas semanas; ni siquiera el más engorroso. Por eso, y para compartir mi frustración con alguien a quien pudiera interesarle, hace como un mes le escribí una carta larguísima a José María Zubiría, el Director del SAT.

Para mi gran sorpresa y mayor satisfacción, Zubiría no sólo leyó mi carta, sino que la circuló dentro del SAT. Y como resultado, una burócrata fuera de serie se puso en contacto conmigo.

Se llama Nora Caballero y es responsable de la atención a los contribuyentes en el SAT. Se tomó el tiempo de hablarme por teléfono y ofrecerme una disculpa por “el vía crucis” en el que acabé metida al tratar de inscribir mi empresa en el RFC, y para explicarme qué está haciendo Hacienda para mejorar la situación y simplificar los procesos.

Me impresionaron su amabilidad y su conocimiento de su tema; su inteligencia y su dedicación. Me explicó que con apoyo del Banco Mundial se está reorganizando la forma como opera la administración tributaria del gobierno federal, y me adelantó algunas innovaciones que, cuando se concreten, prometen hacernos las obligaciones fiscales más llevaderas.

No podría hacerle justicia aquí a la explicación que me dio Nora; pero me da un enorme gusto ver que personas de su calibre se sienten suficientemente orgullosas de su responsabilidad como para dedicarse, en todo el sentido de la palabra, a tratar de mejorar la administración pública.

Monday, April 17, 2006

Instantáneas de fin de semana en el DF


Uno de los pocos ríos que todavía corren por la ciudad, paralelo a la Avenida Universidad, surge de la tierra un poco al norte de la glorieta del Altillo. Cruza un puente antiguo de piedra y pasa por detrás de la iglesia de San Antonio Panzacola. A esa altura, cuenta con un estrecho espacio verde donde se podría uno sentar a la sombra de los eucaliptos y disfrutar del sonido del agua y del sabor colonial de la calle que le da su nombre a la iglesia. Más adelante, el río bordea todo el costado oeste de los Viveros de Coyoacán antes de desaparecer bajo tierra un poco antes de llegar a Río Churubusco.

Apesta.

Acarrea cientos, quizá miles, de botellas de plástico que le lanzan los que caminan por sus orillas.

Sirve de basurero a los vendedores ambulantes de la estación Viveros del Metro.

Por su superficie se mueve una espuma blanquecina de aspecto venenoso: el desagüe que las colonias aledañas vierten en su cauce.

*****


Domingo. Cine. A media película, el cine se queda a oscuras. Entra una empleada a explicar que ha habido un apagón y a pedir paciencia en lo que se echa a andar la planta de electricidad. Todas las tiendas del centro comercial donde está el cine, que no cuentan con planta, deben cerrar sus puertas porque la electricidad nunca vuelve.

Estoy segura de que los costos de la planta del cine, y los de las pérdidas de las tiendas, los acabamos pagando los clientes.

A la mañana siguiente, todo el alumbrado público de Insurgentes Sur a la altura de la UNAM está prendido. Sigue prendido en la tarde. Sigue prendido tres días después, todo el día.

*****


Patriotismo, sábado en la tarde. Seis coches se pasan el alto. El último de éstos es una patrulla de policía donde viajan unas siete u ocho personas, atiborradas en su interior. La patrulla no trae ni las torretas ni la sirena prendidas. El patrullero contesta con una mentada de madre a los que le tocan el claxon.

No parece que la prisa de la patrulla obedezca a la persecución de ninguno de los que se pasaron el alto.

Wednesday, April 12, 2006

Cómo pagar tus impuestos en México:

Para hacer casi cualquier cosa en México, necesitas tu RFC. Es la forma en que el gobierno se asegura de que quienes de cualquier forma pagan impuestos, paguen todos los impuestos humanamente posibles. Pero conseguir el RFC es una de las empresas más complicadas a las que se puede entregar un mexicano.

- No puede usar su RFC: está desactivado.
- Entonces necesito reactivarlo.
- ¿Ésta es su dirección?
- No: es la dirección donde me dieron de alta la primera vez.
- Entonces tiene que ir a cambiarlo a otro módulo de Hacienda. Necesita la forma R2, comprobante de domicilio e identificación oficial.

Uno compra la forma R2. En el otro módulo pide una ficha. La ficha puede depender del humor de la recepcionista, de la cantidad de papeles que traiga uno consigo, de que a esa hora se ofrezca el servicio por el que uno se presentó o del grado de llenado de la solicitud correspondiente. La solicitud, por otra parte, suele ser uno de los documentos más complicados y exasperantes, aunque lea y relea uno las instrucciones. Si no se está familiarizado con los distintos términos y si no sabe con exactitud a cuál de los trámites referirse por qué nombre, el peligro es llenarla mal, que se la rechacen, y tener que volver a comprarla y llenarla para regresar más tarde. Espera uno cerca de una hora en un lugar que, hay que decirlo, ofrece sillas y una televisión; y cuyo sistema de fichas, ya que la tiene uno, funciona con eficiencia.

- Necesito cambiar mi domicilio fiscal.
- La solicitud no está completa.
- No entiendo algunas de las instrucciones.
- Póngale la fecha de hoy a las altas, y la del último día del mes pasado a la baja.
- Aquí están la identificación y el comprobante de domicilio.
- No trae fotocopias.
- No me las pidieron: en el papelito que me dieron en el otro módulo no hablan de fotocopias.
- Si no trae fotocopias, no le puedo aceptar la solicitud. Le quedan diez minutos, váyase y pide otra ficha cuando regrese.

Al regreso, le niegan a uno la ficha: ya es muy tarde.

- Faltan cinco para las dos.
- Ya no se dan fichas para hoy.
- Pero el señor de la ventanilla 3 me dijo que volviera.
- Eso no le toca al señor decidirlo. Ya no hay fichas para hoy.
- Pero afuera dice que cierran a las dos.
- Ya son casi las dos y ya no hay fichas.
- El señor de la ventanilla 3 me está esperando.
- Vaya a preguntarle y si le dice que la va a atender, le doy ficha. Pero él sale a comer a las dos.

El señor de la ventanilla 3 se levanta de su lugar en cuanto uno se acerca. Hay que pedirle a su compañera que lo llame.

- Necesita ficha para que la atendamos.
- Pero usted me acaba de mandar a sacar copias y la recepcionista ya no me quiere dar una ficha.
- No la podemos atender sin ficha. Dígale que le dé una.
- ¿Me puede ir revisando los papeles en lo que voy por la ficha?
- No la puedo atender sin ficha.

La recepcionista le informa a uno que no le puede dar ficha. Uno le ruega que vaya a hablar con el señor que ha vuelto a desaparecer. Cinco minutos después regresa la recepcionista muy molesta y le informa a uno que le va a dar la ficha sólo por esa ocasión, porque su supervisora se lo indicó; pero que normalmente, tendría que volver al día siguiente.
NOTA: A Hacienda le importa que los contribuyentes paguen impuestos. Tantos impuestos como pueda cobrarles. Pero no le importa que uno pierda su trabajo o sus oportunidades –o la paciencia y la mitad del hígado- en el proceso de cumplir con los trámites. Si se ve obligado (obligado: nadie hace esto por gusto) a ir y venir tres o cuatro veces, si en el proceso contamina y embotella la ciudad, si todos esos viajes son estériles y enervantes, eso a Hacienda no le importa. Le importa que el RFC esté bien ligado a la dirección del contribuyente para poder “agarrarlo” en el momento en que se descuide.

- ¿Cuál es su trámite?
- Ya lo vi hace rato con el señor de la ventanilla 3; ¿no puedo acabar con él mismo?
- El señor ya se va a comer.
- Aquí están los papeles y las copias.
- La solicitud está mal llenada.
- El señor de la ventanilla 3 me dio las instrucciones.
- Usted no puede poner las fechas como las puso.
- Por favor pregúntele al otro señor por qué me dictó esas fechas.
- Se la van a rechazar.
- ¿Me van a rechazar la solicitud para pagar impuestos? ¡Qué maravilla!
- Si quiere, usted así preséntela. Yo nomás le advierto.
- Bueno, por favor dígame qué fechas le pongo.
- Es cosa de que compre otra solicitud y la vuelva a llenar con cuidado.
- Pero es que no entiendo las instrucciones.
- Las instrucciones están en la parte de atrás.
- Sí, señor; ya las leí pero no las entiendo.
- Ahí como quiera. A ver su comprobante de domicilio.
- Aquí está, con la fotocopia.
- No es válido.
- ¿Cómo, no es válido? Telmex existe, Avantel existe, el número funciona bien.
- Nos tiene que traer otra prueba de domicilio.
- El otro señor ya revisó este recibo y me mandó a fotocopiarlo.
- No es válido.
- No entiendo.
- Permítame.

Pasan los minutos y el señor teclea en su computadora. Se levanta a una impresora, regresa con una hojita, coge un lápiz rojo y dibuja un círculo cuidadoso alrededor de un párrafo. Pasa la hojita por la ventanilla. El papel dice que el comprobante de domicilio debe tener menos de cuatro meses de antigüedad. El mío tiene cuatro meses y seis días de antigüedad. ¿Por qué en el primer módulo no hacen esa precisión?

¿Por qué Hacienda puede cometer errores cuando nos pide información a los contribuyentes, pero está tan presta a hacernos pagar cuando somos nosotros los que cometemos un error? ¿Por qué la falta de respeto por el tiempo, por la paciencia y por la inteligencia de los contribuyentes? Señores, esto no lo hacemos por gusto. Ni porque nos ayude o nos sea útil. Tampoco por convencimiento. Lo hacemos a pesar de las dificultades, por miedo. Miedo a las multas, a las represalias. A las tardanzas. Señores, a pesar de lo que diga Machiavello, es la forma más ineficiente de lidiar con los ciudadanos, porque entonces los ciudadanos estarán tratando de huir de los requisitos, de las solicitudes, de las recepcionistas y de los módulos de Hacienda como de la peste. ¿Y a qué lleva eso? Exactamente a donde estamos: a la evasión, a la informalidad, a la ilegalidad, al desempleo y al atraso.

Llevo tres días en esto y todavía no logro cambiar mi dirección fiscal. Espero tener más suerte mañana.

Monday, April 10, 2006

¿Será que tenemos el poder de exigir?

Tom DeLay anunció hace un par de días su renuncia como diputado por Texas en la Casa de Representantes de EEUU. DeLay había sido el líder de la mayoría durante un tiempo; pero primero perdió ese liderazgo y luego se vio en la casi obligación de renunciar. ¿Y eso qué tiene que ver con nosotros? Que su renuncia se debe no a una dosis súbita de ética sobre un asunto que llevaba meses discutiéndose –una ley que lo protegía de perder su posición si se le encontraba culpable en un juicio- sino, de manera prominente, a la presión que ejerció un gran número de ciudadanos como respuesta a la invitación de un conocido blogger, Joshua Micah Marshall (www.talkingpointsmemo.com).

Hace casi un año, cuando Katrina había dejado incomunicada a Nueva Orleáns, algunos ciudadanos usaron sus conexiones a internet para hacer algo que la prensa no podía: reportar la situación desde dentro de la ciudad –incluyendo algunas cosas que la desorganización de los esfuerzos de rescate habrían preferido mantener en silencio. Con unos meses de diferencia, ciertos bloggers canadienses tuvieron una enorme influencia en el resultado de la más reciente elección para elegir al Primer Ministro de ese país.

Ya se pueden encontrar varios ejemplos de cómo el poder ciudadano, informado y organizado, es capaz de tener una influencia real en el curso de los acontecimientos administrativos, políticos y electorales de los países. En México en este momento se pueden visitar las páginas www.lupaciudadana.com.mx con información sobre los tres principales candidatos a la presidencia; o www.yoinfluyo.com, donde es posible hacer sugerencias directamente a quienes toman las decisiones en nuestro país. ¿Alguien conoce otros?

Claramente, hace falta mucho qué hacer para involucrar a los ciudadanos de manera efectiva. Para que seamos capaces de poner nuestras necesidades en la agenda nacional. Y para exigir que los políticos nos rindan cuentas sobre su actuación.

Friday, April 07, 2006

Prórrogas: la invalidez de las reglas

“El gobierno capitalino informó que a pesar de que ya venció el plazo para pagar la tenencia, el impuesto se podrá seguir pagando en abonos.” (6 de abril.)

Desde luego no soy la primera en decirlo: hace falta seriedad por parte del gobierno. A todos los niveles. Y si los gobiernos mismos no se toman en serio, ¿por qué esperan que nosotros sí lo hagamos? Cada vez que se va a cumplir un plazo –de pago de impuestos o de servicios- se asegura que no habrá extensiones, que es definitivo, que nos conviene hacerlo a tiempo. Y casi cada vez, con alarmante consistencia, se anuncia, al día siguiente al cumplimiento del plazo, la prórroga.

¿No es esto una burla a los que sí cumplen a tiempo? ¿No alienta a que, la siguiente vez, menos contribuyentes cumplan dentro de los plazos?

Esta actitud refuerza la percepción --generalizada y tercermundista-- de que las reglas existen para romperlas. Y crea, o mantiene, esa cultura de la excepción que tanto le cuesta al país.

Wednesday, April 05, 2006

Bienvenida: Ranas en agua caliente

Nunca me han dado ganas de comprobar si es cierto lo de las ranas en agua caliente; pero algo debe haber de verdad cuando en el DF seguimos croando tantas y tantas. Regreso a México, a mi ciudad, después de diez años de ausencia y me cuesta creer lo que está pasando aquí. Entre la basura y el ambulantaje, los embotellamientos y el desorden, la falta de agua y la falta de ley, ésta se parece poco a la ciudad, si bien ya caótica y conflictiva; pero extraordinaria e invitante, que era todavía hace algunos años.

Lo más triste es que el deterioro abarca casi todas las áreas de lo que se ha dado en llamar calidad de vida, y lo cubre todo con una capa oscura, tristona, desanimada. Desaliento. Eso es lo más palpable para quien llega de fuera y señala la descomposición. Desesperanza: ya no se puede hacer nada, las cosas no tienen arreglo. Se ha perdido el control.

Y se entiende. ¿Cómo no sentir pérdida de control frente a la basura amontonada en los arroyos de casi todas las calles (por cierto, ¿alguien ha visto basureros en la vía pública últimamente?)? ¿Qué hacer cuando vemos el alumbrado público encendido durante el día –y las calles oscuras por la noche? ¿A dónde esconderse de los que secuestran, roban, matan –o de los ecos, repetidos hasta la saciedad, en público y en privado, de sus acciones y sus métodos? ¿Cómo no volverse neurótico en la lucha diaria, constante, invencible, contra los microbuses estacionados en segunda o tercera fila, en entradas, en lugares públicos –o circulando agresivamente en cualquier carril y de cualquier modo, por avenidas y callejones? ¿Cómo entrar o salir del metro sin sentir la añoranza de las salidas limpias, accesibles, de otras ciudades, sin la suciedad, los olores, los tropezones de los puestos de fritangas que se han convertido en su señal e identificación? ¿Cómo no sentir rabia al ver los “diablitos” colgados de la red pública, ante la indiferencia total de las autoridades?

Porque es eso, la indiferencia, lo que más asombra. La indiferencia de la patrulla de tránsito que pasa frente a los estacionados en doble fila sin decir palabra. O la de los que saben dónde y quién vende la droga pero no hacen nada. O la de los policías de esquina que dejan que se paren docenas de microbuses bajo el letrerito de “Prohibido hacer base”. Y hay que preguntarse si ellos mismos, si alguien, si alguna de nuestras autoridades, conoce la ley –o si les importa. Si saben qué está permitido y qué prohibido, si saben por qué.

Ya se ha dicho que el subdesarrollo es, ante todo, un estado de ánimo. Una actitud.

En estos diez años, esa actitud subdesarrollada se ha adueñado de casi toda la ciudad; lo va permeando todo y nos convierte a todos en ciudadanos de tercera – sin la esperanza de aspirar a llegar a ser, algún día, de primera.

Tenemos dos alternativas: seguir acostumbrándonos a vivir en la basura y el desorden; o hacer algo para detenerlos y revertirlos. Ésta es una invitación a la segunda.