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Tuesday, December 11, 2012

Reseña de la novela Justicia, de Gerardo Laveaga



Justicia, la nueva novela de Gerardo Laveaga, es una fábula donde los personajes son alegorías de los distintos aspectos del sistema de justicia mexicano: de abogados corruptos a ministros confabulados o incapaces, y de jóvenes inocentes cuya inocencia los pierde (o que pierden su inocencia) a presos envilecidos por el sistema carcelario.
Según el epígrafe de Anacarsis, las leyes son como telarañas, capaces de atrapar a los débiles pero sin poder frente a los fuertes. Y sin embargo, en Justicia parece quedar claro que la enorme telaraña del sistema judicial mexicano tiene el poder de atrapar a todos los que se crucen en su camino. Esto no quiere decir que todos paguen el mismo precio, sino que nadie puede escaparse a la lógica perversa de un sistema que dicta que sólo mediante trampas, sólo mediante la corrupción y el engaño se llegue a algún lugar. Y el lugar al que se llega no siempre (o más bien, casi nunca) es al que los participantes quieren llegar. Ni siquiera los más poderosos, ni los que mejor conocen las leyes ni los más faltos de escrúpulos: todos quedan atrapados en la pegajosa irregularidad de un sistema diseñado para estorbar la justicia, para premiar o para castigar con independencia de las leyes y para usar éstas en provecho propio.
En un mundo donde “la Constitución decía lo que los ministros querían que dijera”, en el que “los juicios no tenían que ver con la inocencia o la culpabilidad de una persona, sino con la calidad de la acusación y con la atención o desatención que pusiera un litigante para descalificarla”, donde “los abogados somos como los taxistas [...] vamos a donde nos piden que vayamos”, donde los políticos admiten que “la realidad es que, cuando entras a la política […], poco te interesa lo que se pueda hacer por una comunidad o por un país. Entras para ver qué te toca en el reparto”, el lector se va sintiendo angustiosamente atrapado en esa misma trama: la que reconoce en los periódicos y los noticieros, cuando tiene suerte; pero la que paga con su propia frustración y su propia impotencia cuando no.
La novela está ambientada con algunas historias que en el origen fueron reales (como la guardería “Ábaco” o la tragedia del antro Romanova), pero ése no es su único parecido con la realidad. Fabricación de culpables, juicios amañados, jueces “acotado[s] por incisos y fracciones […] cuyo mundo se limitaba a expedientes y términos constitucionales”, culpables que salen tranquilamente de la prisión y abogados que se jactan de servir a sus clientes aunque no a la justicia son, todos, tristes recordatorios de que “el hilo se revienta por lo más delgado”, como lamenta un personaje, un preso que ya no tiene nada que perder.
Justicia es una novela polifónica en la que un asesino, una joven abogada, el procurador de la capital, un ministro de la SCJ, un reo, varios abogados corruptos, una adolescente valiente y un senador arrepentido encarnan la condición del sistema de justicia (o no) en México. Laveaga pinta un mundo donde todo, la naturaleza, la vida, la justicia misma, está supeditado a los intereses de los más pudientes, y donde esa rueda trágica, una vez en marcha, es imparable. Incluso cuando intentan detenerla los mismos que la echaron a andar. Incluso con las mejores intenciones: todos la naturaleza, la vida, la inocencia y desde luego la justicia acaban aplastados por una lógica interna que premia momentáneamente a los que saben manipularla pero que a la larga resulta costosísima para el país.
Es claro que el escritor es un jurista, que conoce el medio, lo cual hace que el libro sea tanto verosímil como aterrador. Por otra parte, y tal vez por lo mismo, la narración se antoja algo ingenua cuando los personajes se refieren a sus expectativas, no sólo sobre el sistema de justicia sino sobre sus sueños o sus intenciones en la vida. La joven abogada en cuyo personaje se unen los distintos hilos de la novela, por ejemplo, se pregunta “¿qué haces al pie del Nevado de Toluca […con tu novio] cuando hay tantos asuntos en los que debes involucrarte si de veras quieres contribuir a que México sea un país más justo?”
El tema de la dualidad pasa por la novela como un leitmotiv que ilustra los mundos que coexisten en México: el lujo y el poder o la pobreza y la envidia, los grandes restaurantes o la cárcel, las buenas intenciones o la incapacidad. Y, en el personaje de la hermosa abogada, el amor por las leyes o por la música; por la compañía y la ciudad o por la soledad y la provincia.
Los personajes de Justicia están ahí para ilustrar lo que está mal en este mundo de abogados sin escrúpulos y de políticos con agendas propias, por lo que en ocasiones pueden parecer caricaturescos (“no, no es lo que debe hacerse según la ley, pero si nos ceñimos a ésta, no vamos a avanzar mucho”). Por eso, y por su inquietante similitud con la realidad, más que una novela, es una llamada de atención, o de auxilio, y por lo mismo lectura obligada, sobre el alarmante mundo de la procuración de justicia en el país.

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