Reseña de la novela Justicia, de Gerardo Laveaga
Justicia, la nueva novela de Gerardo
Laveaga, es una fábula donde los personajes son alegorías de los distintos
aspectos del sistema de justicia mexicano: de abogados corruptos a ministros
confabulados o incapaces, y de jóvenes inocentes cuya inocencia los pierde (o
que pierden su inocencia) a presos envilecidos por el sistema carcelario.
Según el
epígrafe de Anacarsis, las leyes son como telarañas, capaces de atrapar a los
débiles pero sin poder frente a los fuertes. Y sin embargo, en Justicia parece
quedar claro que la enorme telaraña del sistema judicial mexicano tiene el
poder de atrapar a todos los que se crucen en su camino. Esto no quiere decir
que todos paguen el mismo precio, sino que nadie puede escaparse a la lógica
perversa de un sistema que dicta que sólo mediante trampas, sólo mediante la
corrupción y el engaño se llegue a algún lugar. Y el lugar al que se llega no
siempre (o más bien, casi nunca) es al que los participantes quieren llegar. Ni
siquiera los más poderosos, ni los que mejor conocen las leyes ni los más
faltos de escrúpulos: todos quedan atrapados en la pegajosa irregularidad de un
sistema diseñado para estorbar la justicia, para premiar o para castigar con
independencia de las leyes y para usar éstas en provecho propio.
En un mundo
donde “la Constitución decía lo que los ministros querían que dijera”, en el
que “los juicios no tenían que ver con la inocencia o la culpabilidad de una
persona, sino con la calidad de la acusación y con la atención o desatención
que pusiera un litigante para descalificarla”, donde “los abogados somos como
los taxistas [...] vamos a donde nos piden que vayamos”, donde los políticos
admiten que “la realidad es que, cuando entras a la política […], poco te
interesa lo que se pueda hacer por una comunidad o por un país. Entras para ver
qué te toca en el reparto”, el lector se va sintiendo angustiosamente atrapado
en esa misma trama: la que reconoce en los periódicos y los noticieros, cuando
tiene suerte; pero la que paga con su propia frustración y su propia impotencia
cuando no.
La novela está
ambientada con algunas historias que en el origen fueron reales (como la
guardería “Ábaco” o la tragedia del antro
Romanova), pero ése no es su único parecido con la realidad. Fabricación de
culpables, juicios amañados, jueces “acotado[s] por incisos y fracciones […]
cuyo mundo se limitaba a expedientes y términos constitucionales”, culpables
que salen tranquilamente de la prisión y abogados que se jactan de servir a sus
clientes aunque no a la justicia son, todos, tristes recordatorios de que “el
hilo se revienta por lo más delgado”, como lamenta un personaje, un preso que ya
no tiene nada que perder.
Justicia es
una novela polifónica en la que un asesino, una joven abogada, el procurador de
la capital, un ministro de la SCJ, un reo, varios abogados corruptos, una
adolescente valiente y un senador arrepentido encarnan la condición del sistema
de justicia (o no) en México. Laveaga pinta un mundo donde todo, la naturaleza,
la vida, la justicia misma, está supeditado a los intereses de los más
pudientes, y donde esa rueda trágica, una vez en marcha, es imparable. Incluso
cuando intentan detenerla los mismos que la echaron a andar. Incluso con las
mejores intenciones: todos —la
naturaleza, la vida, la inocencia y desde luego la justicia— acaban aplastados por una lógica interna que premia
momentáneamente a los que saben manipularla pero que a la larga resulta
costosísima para el país.
Es claro que
el escritor es un jurista, que conoce el medio, lo cual hace que el libro sea
tanto verosímil como aterrador. Por otra parte, y tal vez por lo mismo, la
narración se antoja algo ingenua cuando los personajes se refieren a sus
expectativas, no sólo sobre el sistema de justicia sino sobre sus sueños o sus
intenciones en la vida. La joven abogada en cuyo personaje se unen los
distintos hilos de la novela, por ejemplo, se pregunta “¿qué haces al pie del
Nevado de Toluca […con tu novio] cuando hay tantos asuntos en los que debes
involucrarte si de veras quieres contribuir a que México sea un país más
justo?”
El tema de la
dualidad pasa por la novela como un leitmotiv
que ilustra los mundos que coexisten en México: el lujo y el poder o la pobreza
y la envidia, los grandes restaurantes o la cárcel, las buenas intenciones o la
incapacidad. Y, en el personaje de la hermosa abogada, el amor por las leyes o
por la música; por la compañía y la ciudad o por la soledad y la provincia.
Los personajes
de Justicia están ahí para ilustrar lo que está mal en este mundo de abogados
sin escrúpulos y de políticos con agendas propias, por lo que en ocasiones
pueden parecer caricaturescos (“no, no es lo que debe hacerse según la ley,
pero si nos ceñimos a ésta, no vamos a avanzar mucho”). Por eso, y por su
inquietante similitud con la realidad, más que una novela, es una llamada de
atención, o de auxilio, y por lo mismo lectura obligada, sobre el alarmante
mundo de la procuración de justicia en el país.
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